Los problemas de la filosofía de Bertand Russell. Capítulo XII (Verdad y falsedad)
Bertrand Russell. Los problemas de la Filosofía
Verdad y falsedad
Nuestro conocimiento de verdades, a diferencia de nuestro conocimiento de cosas, tiene un
contrario que es el error. En lo que se refiere a las cosas, podemos conocerlas o no, pero no
hay un estado positivo de espíritu que pueda ser denominado conocimiento erróneo de las
cosas, por lo menos mientras los limitamos al conocimiento directo. Todo lo que
conocemos directamente debe ser algo; podemos sacar inferencias falsas de nuestro
conocimiento directo, pero el conocimiento directo mismo no puede ser engañoso. Así, en
relación con el conocimiento directo no hay dualismo. Pero existe un dualismo en lo que se
refiere al conocimiento de verdades. Podemos creer lo falso lo mismo que lo verdadero.
Sabemos que sobre gran número de asuntos, diferentes personas tienen opiniones
deferentes e incompatibles; por tanto, algunas creencias deben ser erróneas. Y como las
creencias erróneas son con frecuencia afirmadas con la misma energía que las verdaderas,
resulta un problema difícil el de saber cómo distinguirlas de las creencias verdaderas.
¿Cómo sabremos, en un caso dado, que nuestra creencia no es errónea? Es un problema de
la mayor dificultad, al cual no es posible responder de un modo completamente
satisfactorio. Pero hay una cuestión previa algo menos difícil, que es la siguiente: ¿Qué
entendemos por verdadero y falso? Seguidamente consideramos este problema preliminar.
En este capitulo no nos preguntamos cómo podemos conocer si una creencia es verdadera o
falsa, sino qué significa la cuestión de si una cree ncia es verdadera o falsa. Es de esperar
que una clara respuesta a esta cuestión nos ayudará a obtener una respuesta al problema
sobre cuáles creencias son verdaderas. Pero por el instante nos preguntamos sólo: «¿Qué es
verdad?», «¿qué es falsedad?»; no, «¿qué creencias son verdaderas?», «¿qué creencias son
falsas?». Es muy importante mantener estas diferentes cuestiones completamente
separadas, pues toda confusión entre ellas daría seguramente corno resultado una respuesta
que en realidad no sería aplicable a la una ni a la otra.
Al intentar descubrir la naturaleza de la verdad., hay tres puntos, tres requisitos, a los cuales
toda teoría debe satisfacer:
1º Nuestra teoría de la verdad debe ser tal que admita su opuesto, la falsedad.
Muchos filósofos han fracasado por no haber satisfecho completamente esta condición; han
construido teorías según las cuales todo nuestro pensamiento debe ser verdadero, y tienen
luego una gran dificultad para hallar un lugar para lo falso. En este respecto, nuestra teoría
de la creencia debe diferir de nuestra teoría del conocimiento directo, pues en el caso de
este conocimiento no era necesario tener en cuenta la existencia de un contrario.
2º Parece evidente que si no hubiera creencias no podría haber falsedad, ni verdad,
en el sentido en que la verdad es correlativa de la falsedad. Si imaginamos un mundo de
pura materia, en este mundo no podría haber lugar para la falsedad, y aunque contuviera lo
que podemos denominar «hechos», no contendría algo verdadero, en el sentido en que lo
verdadero es de la misma especie que lo falso. En efecto: la verdad y la falsedad son
propiedades de las creencias y de las afirmaciones; por consiguiente, un mundo de pura
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materia, puesto que no contendría creencias ni afirmaciones, no contendría tampoco verdad
ni falsedad.
3º Pero, contra lo que acabamos de decir, es preciso observar que la verdad o la
falsedad de la creencia depende siempre de algo que es exterior a la creencia misma. Si
creo que Carlos I murió en el cadalso, mi creencia es verdadera, no a causa de alguna
cualidad que le sea intrínseca, y que pudiera ser descubierta por el mero examen de las
creencias, sino a causa de un acaecimiento histórico que ocurrió hace dos centurias y
media. Si creo que Carlos I murió en su lecho, mi creencia es falsa: ni el grado de vivacidad
de mi creencia, ni el cuidado que he tenido para llegar a ella, le impiden ser falsa, a causa
también de algo que ocurrió largo tiempo ha, y no a causa de una propiedad intrínseca de
mi creencia. Así, aunque la verdad y la falsedad sean propiedades de las creencias, son
propiedades que dependen de la relación de las tras cosas, no de ciertas cualidades internas
de las creencias como creencias.
El tercero de los requisitos mencionados nos lleva a la adopción del punto de vista —el más
común entre los filósofos— según el cual la verdad consiste en una cierta forma de
correspondencia entre la creencia y el hecho. Sin embargo, no es una tarea fácil descubrir
una forma de correspondencia que no se preste a objeciones irrefutables. En parte a causa
de esto —en parte por la creencia de que si la verdad consiste en la correspondencia del
pensamiento con algo exterior a él, el pensamiento no podrá saber jamás cuándo habrá sido
alcanzada la verdad— muchos filósofos han sido llevados a tratar de encontrar una
definición de la verdad que no consista en la relación con algo totalmente exterior a la
creencia. La tentativa más importante para establecer una definición de esta clase es la
teoría según la cual la verdad consiste en la coherencia. Se dice que el signo de la falsedad
es la imposibilidad de conectarla con el cuerpo de nuestras creencias, y que la esencia de la
verdad es formar parte del sistema completamente acabado, que es la verdad.
Sin embargo, hay una gran dificultad para este punto de vista, o mejor, dos grandes
dificultades. La primera consiste en que no hay razón alguna para suponer que sólo es
posible un cuerpo coherente de creencias. Es posible que, con suficiente imaginación, un
novelista pudiera inventar un pasado del mundo que conviniera perfectamente con lo que
nosotros conocemos, y fuese, sin embargo, totalmente distinto del pasado real. En materias
más científicas, es evidente que haya a menudo dos o más hipótesis que dan cuenta de
todos los hechos conocidos sobre algún asunto, y aunque en tales casos los hombres de
ciencia se esfuerzan en hallar hechos que excluyan todas las hipótesis menos una, no hay
razón para que lo logren siempre.
También en filosofía no parece raro que dos hipótesis rivales puedan dar ambas razón de
todos los hechos. Así, por ejemplo, es posible que la vida sea un largo sueño y que el
mundo, exterior tenga tan sólo el grado de realidad que tienen los objetos de los sueños,
pero aunque este punto de vista no parece incompatible con los hechos conocidos, no hay
razón para preferirlo al punto de vista del sentido común, según el cual las otras personas y
las cosas existen realmente. Así, la coherencia no define la verdad, porque nada prueba que
sólo pueda haber un sistema coherente.
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La otra objeción a esta definición de la verdad es que supone conocido lo que entendemos
por «coherencia», mientras que, de hecho, la «coherencia» presupone la verdad de las leyes
lógicas. Dos proposiciones son coherentes cuando ambas pueden ser verdaderas a la vez, e
incoherentes cuando una, por lo menos, debe ser falsa. Pero para saber si dos proposiciones
pueden ser verdaderas a la vez, debemos conocer verdades como la ley de contradicción.
Por ejemplo, las dos proposiciones, «este árbol es un haya» y «este árbol no es un haya»,
no son coherentes, a consecuencia de la ley de contradicción. Pero si la ley de contradicción
debiera someterse a su vez a la prueba de la coherencia, resultaría que si nos decidiéramos a
suponerla falsa, no podría, hablarse ya de incoherencia entre diversas cosas. Así, las leyes
lógicas proporcionan la armazón o el marco dentro del cual se aplica la prueba de la
coherencia, y no pueden a su vez ser establecidas mediante esta
prueba.
Por estas dos razones, la coherencia no puede ser aceptada como algo que nos dé el sentido
de la verdad, aunque sea con frecuencia una prueba muy importante de la verdad, cuando
nos es ya conocida cierta suma de verdad.
Así nos vemos precisados a mantener que la correspondencia con un hecho constituye la
naturaleza de la verdad. Falta definir de un modo preciso lo que entendemos por «hecho» y
cuál es la naturaleza de la correspondencia que debe existir entre la creencia y el hecho,
para que la creencia sea verdadera.
De acuerdo con nuestros tres requisitos, debemos buscar una teoría de la verdad que: 1º,
admita que la verdad tiene un contrario, a saber, la falsedad; 2º, haga de la verdad una
propiedad de la creencia; pero 3º, una propiedad que dependa totalmente de la relación de
la creencia con las cosas exteriores a ella.
La necesidad de admitir la falsedad hace imposible considerar la creencia como la relación
del espíritu con un objeto singular, del cual se puede decir que es lo que es creído. Si la
creencia fuese esto, hallaríamos que, como el conocimiento directo, no admitiría la
oposición de lo verdadero y lo falso, sino que sería siempre verdadera. Esto se puede
aclarar mediante ejemplos. Otelo cree falsamente que Desdémona ama a Cassio. No
podemos decir que esta creencia consiste en la relación con un objeto simple, «el amor de
Desdémona a Cassio», pues si este objeto existiera, la creencia es la verdadera. En efecto,
este hecho no existe, y por consiguiente Otelo no puede tener ninguna relación con él. Es,
por tanto, imposible que su creencia consista en la relación con este objeto.
Se podría decir que su creencia es una relación con otro objeto, a saber, «que Desdémona
ama a Cassio»; pero es casi tan difícil suponer que este objeto existe —puesto que
Desdémona no amó a Cassio— como suponer que hay un «amor de Desdémona a Cassio».
Así, mejor es buscar una teoría de la creencia que no la haga consistir en una relación del
espíritu con un objeto simple.
Es corriente pensar las relaciones como si se dieran siempre entre dos términos; pero, de
hecho, no es éste siempre el caso. Algunas relaciones exigen tres términos, otras cuatro, y
así sucesivamente. Supongamos, por ejemplo, la relación «entre». Mientras tengamos sólo
dos términos, es imposible la relación «entre»; un mínimo de tres términos es necesario
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para que sea posible. York está entre Londres y Edimburgo; pero si Londres y Edimburgo
fuesen los únicos lugares del mundo, no habría nada entre una y otra. Del mismo modo los
celos exigen tres personas: esta relación no puede existir sin un mínimo de tres. Una
proposición como «A desea que B promueva el matrimonio de C con D» envuelve una
relación de cuatro términos; es decir, A, B, C y D intervienen en ella, y la relación no puede
ser expresada de otro modo que en una forma que contenga los cuatro. Podríamos
multiplicar indefinidamente los ejemplos, pero basta lo dicho para probar que hay
relaciones que exigen más de dos términos para poder existir.
La relación implicada en el juicio o la creencia —si, como es debido, admitimos la
falsedad— debe ser considerada como una relación entre varios términos, no sólo entre dos.
Cuando Otelo cree que Desdémona ama a Cassio, no puede tener ante el espíritu un objeto
simple, «el amor de Desdémona por Cassio», o «que Desdémona ama a Cassio», pues se
requeriría para ello que existiera una falsedad objetiva, que subsistiera independientemente
de todo espíritu; y esto, aunque no lógicamente refutable, es una teoría que hay que evitar
en lo posible. Es más fácil dar cuenta de la falsedad, si admitimos que el juicio es una
relación en la cual el espíritu y los varios objetos de que se trata se dan completamente
separados; es decir, Desdémona, amante y Cassio deben ser términos en la relación que
subsiste cuando Otelo cree que Desdémona ama a Cassio. Esta relación es, por tanto, una
relación de cuatro términos, pues Otelo es también un término de la relación. Cuando
decimos que es una relación de cuatro términos, no queremos decir que Otelo tenga cierta
relación con Desdémona y la misma con «amar» y con Cassio. Esto puede ser verdad en
alguna relación distinta de la creencia; pero la creencia no es, evidentemente, una relación
que tenga Otelo con cada uno de tres términos considerados, sino con todos ellos a la vez,
pues sólo hay una relación de creencia, pero esta relación enlaza cuatro términos entre sí.
Así, lo que ocurre en el momento en que Otelo concibe esta creencia, es que la relación
denominada «creencia» enlaza en un todo complejo los cuatro términos Otelo, Desdémona,
amar y Cassio. Lo que denominamos creencia o juicio, no es otra cosa que esta relación de
creer o juzgar que enlaza un espíritu con diversas cosas distintas de él. Un acto de creencia
o de juicio es el hecho de presentarse entre determinados términos, y en un tiempo
determinado, la relación de creer o juzgar.
Ahora estamos en disposición de entender lo que distingue un juicio verdadero de uno
falso. Para ello propondremos la adopción de determinadas definiciones. En todo acto de
juicio hay un espíritu que juzga y los términos sobre los cuales juzga. Denominaremos al
espíritu el sujeto, y a los términos los objetos del juicio. Así, cuando Otelo juzga que
Desdémona ama a Cassio, Otelo es el sujeto, los objetos son Desdémona, amar y Cassio. El
sujeto y los objetos juntos se denominan partes constitutivas del juicio. Es preciso observar
que la relación de juicio tiene lo que se denomina un «sentido» o «dirección». Podemos
decir, metafóricamente, que coloca sus objetos en cierto orden que podemos indicar
mediante el orden de las palabras en la frase. (En un lenguaje de flexiones, el mismo objeto
es indicado mediante las flexiones, por ejemplo, por la diferencia entre el nominativo y el
acusativo.) El juicio de Otelo de que Cassio ama a Desdémona difiere de su juicio de que
Desdémona ama a Cassio a pesar de que, de hecho, consta de los mismos elementos porque
la relación de juzgar coloca a las partes constituyentes en un orden diferente en ambos
casos. De un modo análogo, si Cassio juzga que Desdémona ama a Otelo, las partes
constituyentes del juicio siguen siendo las mismas, pero su orden es diferente. Esta
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propiedad de tener un «sentido» o «dirección» es una de las que la relación de juicio
comparte con todas las demás relaciones. El «sentido» de las relaciones es la última fuente
del orden y de las series y de una legión de conceptos matemáticos. Pero no es necesario
que nos ocupemos mas de este aspecto del problema.
Hemos dicho de la relación denominada «juicio» o «creencia» que enlaza en un complejo
total el sujeto y los objetos. En este respecto, el juicio es exactamente igual al resto de las
relaciones. Sea cual fuere la relación que exista entre dos o más términos, une los términos
es un complejo total. Si Otelo ama a Desdémona, hay un todo complejo: «el amor de Otelo
por Desdémona». Los términos unidos por la relación pueden, a su vez, ser complejos o
simples, pero la totalidad que resulta de su unión debe ser compleja. Siempre que hay una
relación que enlaza ciertos términos, hay un objeto complejo formado por la unión de estos
términos; y, a la inversa, siempre que hay un objeto complejo, hay una relación que enlaza
sus elementos. Cuando se produce un acto de creencia, hay un complejo en el cual la
«creencia» es la relación unitiva, y el sujeto y el objeto son colocados en un cierto orden
por el «sentido» de la relación de creencia. Como hemos visto al considerar la proposición
«Otelo cree que Desdémona ama a Cassio», uno de los objetos debe ser una relación —en
este caso, la relación «arna»—. Pero esta relación, tal como se presenta en el acto de
creencia, no es la relación que crea la unidad del complejo total constituido por el sujeto y
los objetos. La relación «ama» tal como se presenta en el acto de creencia es uno de los
objetos, uno de los ladrillos de la construcción, no el cemento. El cemento es la relación de
«creer». Cuando la creencia es verdadera, hay otra unidad compleja, en la cual la relación,
que era uno de los objetos de la creencia, enlaza los otros objetos. Así, por ejemplo, si
Otelo cree con verdad que Desdémona ama a Cassio, hay una unidad compleja, «el amor
de Desdémona a Cassio», que se compone exclusivamente de los objetos de la creencia, en
el mismo orden en que se hallaban en la creencia, y la relación que era uno de los objetos se
convierte ahora en cemento que une entre sí los otros objetos de la creencia. Por otra parte,
cuando una creencia es falsa no hay tal unidad compleja, compuesta sólo de los objetos de
la creencia. Si Otelo cree falsamente que Desdémona ama a Cassio, no hay una unidad
compleja tal como «el amor de Desdémona a Cassio».
Así, la creencia es verdadera cuando corresponde a un determinado complejo que le es
asociado, y falsa en el caso contrario. Admitamos, para mayor precisión, que los objetos de
la creencia sean dos términos y una relación, de tal modo que los términos estén colocados
en un cierto orden por el «sentido» de la creencia. Si los dos términos están unidos en un
complejo por la relación, la creencia es verdadera; de lo contrario, es falsa. Tal es la
definición de la verdad y la falsedad que buscábamos. El juicio o la creencia es cierta
unidad compleja de la cual el espíritu es un elemento constitutivo. Si el resto de los
elementos, tomados en el orden en que están en la creencia, forman un complejo unitario,
la creencia es verdadera; de lo contrario, es falsa.
Así, aunque la verdad y la falsedad sean propiedades de las creencias, son en algún sentido
propiedades extrínsecas, pues la condición de la verdad de la creencia es algo que no
implica la creencia, ni aun (en general) un espíritu, sino sólo los objetos de la creencia. Un
espíritu que cree, cree con verdad, cuando hay un complejo correspondiente que no incluye
el espíritu, sino sólo sus objetos. Esta correspondencia garantiza la verdad, y su ausencia la
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falsedad. Así, damos cuenta simultáneamente de dos hechos: a) de que la creencia depende
del espíritu en cuanto a su existencia; b) que no depende del espíritu en cuanto a su verdad.
Podemos resumir nuestra teoría como sigue: Si tomamos una creencia como «Otelo cree
que Desdémona ama a Cassio», denominamos a Desdémona y Cassio los objetos-términos,
y a «amar» el objeto-relación. Si existe una unidad compleja como «el amor de Desdémona
a Cassio» constituida por los objetos-términos enlazados por el objeto-relación, en el
mismo orden que tienen en la creencia, esta unidad compleja se denomina el hecho
correspondiente a la creencia. Así, una creencia es verdadera cuando hay un hecho
correspondiente, y falsa cuando no hay un hecho correspondiente.
Como se puede ver, los espíritus no crean la verdad ni la falsedad. Crean las creencias, pero
una vez creadas éstas, el espíritu no puede hacerlas verdaderas o falsas, salvo el caso
especial en que conciernen a cosas futuras que están en el poder de la persona que cree,
como tomar el tren. Lo que hace verdadera una creencia es un hecho, y este hecho (salvo
en casos excepcionales) no comprende en modo alguno el espíritu de la persona que tiene la
creencia.
Una vez decidido lo que entendemos por verdad y falsedad —podemos considerar por qué
caminos podemos conocer si esta o aquella creencia es verdadera o falsa. Esta
consideración ocupará el capítulo siguiente.
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